noviembre 27, 2011

Un pavo con suerte

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Un Pavo con suerte. El pasado miércoles 23 de noviembre, el Estado de Oregón se sumó a la lista de estados de los USA que suspenden la aplicación de la pena de muerte. En lo que va de 2011, EEUU ha ejecutado a 43 reclusos, y solo estaba pendiente la ejecución de Gary Haugen, precisamente en Oregón, condenado por el asesinato de la madre de su ex novia.
En 2010, la cifra total de ejecutados en EEUU fue de 46. De los 50 estados que componen EE UU, 35 de ellos, si se incluye a Oregón, mantienen aún vigente la pena de muerte. En esos estados que aún practican tan contundente modo de impartir justicia, los condenados a muerte no tendrán la suerte del pavo que, cumpliendo una tradición que inició John F. Kennedy, se salva cada año de ir al horno presidencial.
Tan radical manera de luchar contra la delincuencia no ha impedido que las cárceles estadounidenses alberguen una población reclusa del tamaño de toda Canarias. Dos millones y medio de presos en un país donde, por abrir una cuenta corriente te regalan un arma para que te defiendas con total libertad. Un país en el que las balas se venden un lineal más allá de los yogures y refrigerados.
El Sr. Obama no tiene, a diferencia de su antecesor George Bush, experiencia firmando penas de muertes. Su antecesor se había empleado a fondo mientras fue gobernador del Estado de Texas, y con ese currículo, escrito con mano que nunca tiembla ni cabeza que duda, llegó a la Presidencia de los Estados Unidos.
Bush firmaba penas de muerte como gobernador, y como presidente, indultaba pavos y declaraba guerras preventivas. Obama en cambio es un tipo más pulcro, aunque eso no quite que le gusten las películas de John Wayne, y que aplique sus prácticas para cepillarse a Bin Laden mientras éste disfrutaba con una peli porno.
Un año más, Obama ha cumplido con la tradición. Gracias a este privilegio, y cumpliendo con la tradición anual, este pavo correrá mejor suerte que muchos de los condenados que esperan en el corredor de la muerte. Para ellos, el horno aún sigue abierto. Este pavo, en cambio, se libra de ser cocinado en el Día de Acción de Gracias. 
Pese a ese gesto magnánimo, al pavo se le ve cara de desconfiado. Se le ven las ganas de salir cuanto antes de allí, no vaya a ser que los halcones reconsideren su decisión y convenzan al Presidente de que tanta magnanimidad debilita su Imperio. Para el Tea-party, Obama es un pusilánime que está traicionando las esencias de un país en el que la razón la imponía siempre el más rápido en desenfundar. Si por ellos fuera, el próximo pavo en ir al horno debiera ser el mismo que ahora decreta el indulto.   

noviembre 01, 2011

El malestar del Estado del bienestar


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El malestar del Estado de Bienestar. Aunque el capitalismo haya terminado derivando en un juego de Casino en el que los mercados hacen sus apuestas con esas fichas fosforescentes que los ingenieros financieros llaman productos, no deberíamos olvidar que la máxima de la economía de mercado consiste en reducir el precio del producto, ajustando al máximo los costes de la producción, para vender más que el competidor.
Tal vez porque nos vamos olvidando de ello, hoy la ingeniería financiera es más valiosa para hacer fortunas que la ingeniería industrial, la de infraestructuras, y hasta la atómica. Lo mismo, lógicamente, pasa con sus respectivos ingenieros. Se gana mucho más diseñando un producto especulativo, que deriva las pérdidas a otros y garantiza las ganancias al que los vende, que el mayor de los puentes posibles para acortar distancias reales entre pueblos.
Esos ingenieros financieros, y toda su ingente masa obrera, albañiles especializados en fabricar fortunas a los que llaman brokers, trabajan en un lugar etéreo, en ese nuevo escenario virtual que ha traído la era digital, pero que se llama como siempre se han llamado a los lugares de trueque e intercambio: mercados.
Tan etéreos como los lugares en los que trabajan, los nuevos mercaderes del capitalismo primero se encargaron de regar de préstamos las esperanzas de quienes confiamos siempre en las grandes palabras y nunca leemos la letra pequeña. Empaquetaron luego todos nuestros sueños y mezclaron en diferentes productos esperanzas esforzadas con esperanzas frustradas o imposibles. El sueño del crecimiento permanente se rompió el día que esos productos florecieron: la semilla del beneficio se convirtió en un sarpullido de deuda con la que cargaremos mientras vivamos. La resaca de esa partida se alivió cuando los Estados salieron al rescate de los secuestradores, dándoles nuevos dineros para nuevas partidas. Como ese dinero ya no podían emplearlo en prestarle a quienes ya estamos endeudados hasta las cejas, decidieron comprar deuda pública, o sea, prestarle a los países que se endeudaron por regalarles dinero.
Esta es ahora la partida de póker que se juega sobre el tablero de Europa. Ahora dicen que creen que no podremos pagar todo lo que nos han prestado, y vuelven a decirnos que la partida se puede acabar trágicamente si no ponemos más dinero para salvarnos porque los salvamos a ellos. La bolsa o la vida. O les damos más pasta, o aprietan el gatillo y todo se va al garete.
En esa montaña rusa seguimos a estas horas, mareados de tanto vaivén, viendo con horror como el agujero que se abre bajo las vías por las que transitamos a trompicones se agranda cada vez que los dirigentes europeos fracasan en cada una de las cumbres que no coronan. El parqué es una gran atracción de feria que ahora amenaza con desbaratarse con  nosotros dentro de sus cacharros.
Entretenidos con la cotización y el valor de los valores, seguiremos olvidándonos de nuestros verdaderos achaques, que no son otros que los productos que ya no fabricamos porque otros lo hacen a mejor precio.
Esa Europa y América del Norte que venció al comunismo a base de construir paraísos de opulencia y escaparates de lujo ha deslocalizado sus fábricas pero no sabe qué hacer con sus obreros. Los padres de los chavales que cada dos por tres esparcen con gasolina toda su rabia y frustración llegaron en oleadas hace años a las ciudades industriales del continente europeo, para emplearse en las fábricas que nos procuraban ese supuesto bienestar. Eran mano de obra barata, y gracias a ellos, las fábricas de coches llenaron las autopistas con sus utilitarios y las de televisores, de ventanas al consumo. La globalización ha dado una vuelta más a la espiral, y ahora ya no resulta competitivo emplearlos ni a ellos ni a sus hijos, europeos de nacimiento y muchos de ellos, extranjeros en su propia casa. No hay tarea para ellos, otro frustrado pelotón más a engrosar las filas del malestar del Estado del bienestar.
El esqueleto retorcido de los coches destrozados en las protestas quema un sueño que ya ellos no fabrican. Ahora no se contrata; se subcontrata. Las fábricas se deslocalizan, pero son fácilmente localizables allí donde el hombre obtiene menos por su esfuerzo. Ahora, los barrios obreros están a miles de kilómetros de nuestras capitales financieras, están en esa otra mitad del planeta donde se trabaja a destajo por menos de 200 euros al mes. A ese precio, los trabajadores europeos no son competitivos, así que para que sus cosas sigan siendo baratas, nos dicen que tendremos que ser nosotros los que nos bajemos el sueldo.
El espejismo de la opulencia se diluye siempre en el extrarradio. Allí comenzaron esos incendios que ahora acechan a la propia city. Allí suena el hip-hop y el rap, porque la música de los políticos les resulta ininteligible. Los que se rebelan ya no necesitan panfletos ni proclamas para constituirse en movimiento popular; tienen la BlackBerry y Whatsapp. Hijos de la televisión, acaban de descubrir cómo abrir un Telediario y convertirse en ídolos de la rebeldía. Todo ello, entre anuncio y anuncio, entre el móvil de última generación y el coche que te invita a superar todas las barreras.  
Esos espectros de coches quemados, esa frustración general que pierde su nombre en una lista interminable de desempleados, indican un fallo en el sistema. Pero es importante no confundir síntomas con enfermedad. La política está exhausta en Europa. En medicina, esta patología degenerativa tiene un nombre: Esclerosis. Un achaque propio de políticos viejos y viejas Políticas.